He ido a hacer la compra al mercadona.
Tras los cristales deslizantes de la puerta automática, me recibe una sonrisa llena de dientes blancos, contrastados con una piel oscura como el tizón.
- Buinos dia, amigo -
No me pide nada. Sabe que no es el momento. Las conciencias siempre está más dispuestas a la limosna después de echar las cuentas y contar las monedas del cambio... si es que hay cambio.
Respondo con un leve movimiento de la cabeza y sigo mi camino.
El local está atestado de gente: reponedores, amas de casa, niños, el tractorcito de los cojones que va limpiando los suelos y se te echa encima, cual minotauro furioso en un laberinto de latas en conserva. Un carrito viene, otro va, otro se queda atravesado en mitad del pasillo con un niño sentado en el sillín, llorando a moco tendido porque lo que quiere es salir corriendo detrás del tractorcito...
Vamos, lo que viene siendo el día a día de un supermercado de barrio.
Durante todo el rato, la imagen del muchacho de la puerta permanece en mi cabeza
¿Qué es lo que mueve a un inmigrante subsahariano a venir hasta aquí, para acabar mendigando en la puerta de un centro comercial, donde no falta absolutamente de nada?
Después de hacer una compra generosa y relativamente asequible, me he marchado. No sin antes distraer un par de monedas para él.
Este documental nos acerca a la tragedia de los pescadores del lago Victoria, en Tanzania, siendo este pequeño mar su mayor fuente de ingresos, gracias a unos recursos pesqueros que son ofrecidos, en exclusiva, para la exportación a Europa y Japón. Algo paradójico en un país azotado por una hambruna endémica.
A lo mejor mi amigo del mercadona no es de Tanzania, a lo mejor es del Congo o de cualquier otro país perdido en el continente más miserable del mundo, se lo tengo que preguntar. En cualquier caso, he querido que fuera él el hilo conductor de este post.
¡Qué menos podía hacer, despues de haberme gastado cincuenta eurazos en comprar comida!
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